Es muy importante en todo ente, sea persona física o jurídica, privada o pública, lograr la descripción de la realidad actual, describiendo lo que existe, y clasificando lo que existe sin haberse vulnerado los valores, y lo que existe, habiéndose vulnerado los valores. El sendero a transitar siempre debe tener como referencia el respeto a los valores, porque es la garantía de calidad y de permanencia de la realidad en el largo plazo. De otra manera lo que existe nunca será estable y estará sometido a tensiones por los reclamos de los damnificados por el incumplimiento de los valores. Por tanto, lo que existe debe ser corregido y depurado de lo que se ha conseguido vulnerando los valores. Esta revisión es insoslayable porque lo que se aceptó, aun sabiendo que se han vulnerado los valores, actúa como una irreverencia histórica a las generaciones pasadas que, siendo mayorías, han determinado fehacientemente cuáles son los valores a preservar.
Si se hace un análisis de los países que han avanzado con mayor eficiencia promedio, en cuanto a la dinámica de los resultados desde su organización jurídica o institucional, las ventajas en dicha cronología se corresponde con la comprensión generalizada, a todos los niveles en que dicha Sociedad se haya organizado, de la necesidad de respeto a los valores (Constitución, leyes, normas positivas y éticas), y la aplicación estricta, y sin dilaciones, de las sanciones previstas ante el quebrantamiento de los mismos. Históricamente se ha abusado mucho por partes de mayorías circunstanciales de dar prioridad a la ideología, en lugar de tomar como referencia a los valores. No funcionaron más de una vez las instituciones que resaltan el rol de la persona física, como guardían de los valores, y como decididor, en primera instancia, dando prioridad a los valores, cuando dicha persona física, olvidando su rol protagónico, se dejó presionar por las ideologías, ideas o creencias, aun a sabiendas que las mismas contrariaban a los valores.
Si se actúa correctamente, en función del deber ser, tendremos así, lo que existe como resultado del accionar, luego de haberse contemplado el mandato de los valores.
Pero la descripción y análisis de lo que existe, esto es, de la realidad, no nos da la dinámica necesaria para llegar a imaginar una visión. Para ello se necesita un plan estratégico, que contemple el filtro de los valores para diseñarlo, y luego poner énfasis en las creencias o ideología a través del logro de los consensos, para imprimir la dinámica interna necesaria para acercar la realidad actual a la visión.
Para la elaboración del plan estratégico se necesita el concurso de un grupo de personas con características bien definidas, para lo cual me remito a mis comentarios formulados en factor humano, sean éstas quienes tienen las responsabilidades máximas en el manejo del ente, o también de algunas personas de niveles intermedios. Algunos líderes justamente son los que establecen las primeras ideas en dicho diseño, y a posteriori, otros líderes son los que establecen el diseño de políticas que permitan transitar desde la realidad a la visión u objetivo final. Es importante tener claro que no se trata de una elaboración de precisiones milimétricas, sino que se necesita mantener en vigencia permanante el pensamiento estratégico. En otras palabras, vale más el contenido que las formas, el contenido del pensamiento que el lugar donde ello se escribió. Por ello es fundamental el tiempo dedicado, entre los temas urgentes e importantes, a la promoción permanente de un proceso que asegure el perfeccionamiento de las estrategias y políticas de manera permanente, que no culmina con la presentación final formal de un documento. Se trata de contagiar a los decisores de producir cambios en los paradigmas, no para reaccionar sólo ante un problema concreto, sino para forzar un permanente aprendizaje que ponga en evidencia los tan conocidos modelos mentales, y los cambios sobre ellos, para que, con ellos, se influencie sobre la visión que se tenga de la realidad; que se ponga atención sobre los hechos pero también sobre los comportamientos y el conocimiento profundo de las causas determinantes de la conducta.
Si los modelos mentales aceptan e incorporan la posibilidad de vivir en un constante cambio, porque no aceptan el anclaje de una foto sino la dinámica de una película, el plan estratégico resulta una actitud permanente de los decisores para agregar valor a las decisiones sobre el ente.
Miguel A. Di Ranni
Si se hace un análisis de los países que han avanzado con mayor eficiencia promedio, en cuanto a la dinámica de los resultados desde su organización jurídica o institucional, las ventajas en dicha cronología se corresponde con la comprensión generalizada, a todos los niveles en que dicha Sociedad se haya organizado, de la necesidad de respeto a los valores (Constitución, leyes, normas positivas y éticas), y la aplicación estricta, y sin dilaciones, de las sanciones previstas ante el quebrantamiento de los mismos. Históricamente se ha abusado mucho por partes de mayorías circunstanciales de dar prioridad a la ideología, en lugar de tomar como referencia a los valores. No funcionaron más de una vez las instituciones que resaltan el rol de la persona física, como guardían de los valores, y como decididor, en primera instancia, dando prioridad a los valores, cuando dicha persona física, olvidando su rol protagónico, se dejó presionar por las ideologías, ideas o creencias, aun a sabiendas que las mismas contrariaban a los valores.
Si se actúa correctamente, en función del deber ser, tendremos así, lo que existe como resultado del accionar, luego de haberse contemplado el mandato de los valores.
Pero la descripción y análisis de lo que existe, esto es, de la realidad, no nos da la dinámica necesaria para llegar a imaginar una visión. Para ello se necesita un plan estratégico, que contemple el filtro de los valores para diseñarlo, y luego poner énfasis en las creencias o ideología a través del logro de los consensos, para imprimir la dinámica interna necesaria para acercar la realidad actual a la visión.
Para la elaboración del plan estratégico se necesita el concurso de un grupo de personas con características bien definidas, para lo cual me remito a mis comentarios formulados en factor humano, sean éstas quienes tienen las responsabilidades máximas en el manejo del ente, o también de algunas personas de niveles intermedios. Algunos líderes justamente son los que establecen las primeras ideas en dicho diseño, y a posteriori, otros líderes son los que establecen el diseño de políticas que permitan transitar desde la realidad a la visión u objetivo final. Es importante tener claro que no se trata de una elaboración de precisiones milimétricas, sino que se necesita mantener en vigencia permanante el pensamiento estratégico. En otras palabras, vale más el contenido que las formas, el contenido del pensamiento que el lugar donde ello se escribió. Por ello es fundamental el tiempo dedicado, entre los temas urgentes e importantes, a la promoción permanente de un proceso que asegure el perfeccionamiento de las estrategias y políticas de manera permanente, que no culmina con la presentación final formal de un documento. Se trata de contagiar a los decisores de producir cambios en los paradigmas, no para reaccionar sólo ante un problema concreto, sino para forzar un permanente aprendizaje que ponga en evidencia los tan conocidos modelos mentales, y los cambios sobre ellos, para que, con ellos, se influencie sobre la visión que se tenga de la realidad; que se ponga atención sobre los hechos pero también sobre los comportamientos y el conocimiento profundo de las causas determinantes de la conducta.
Si los modelos mentales aceptan e incorporan la posibilidad de vivir en un constante cambio, porque no aceptan el anclaje de una foto sino la dinámica de una película, el plan estratégico resulta una actitud permanente de los decisores para agregar valor a las decisiones sobre el ente.
Miguel A. Di Ranni