La calidad técnica de los responsables de compartir la administración de los entes privados y públicos es esencial para el logro de los resultados deseados. La integridad en lo humano y ético es también un prerequisito sustancial.
Administrar un ente requiere conocimientos específicos no solamente a través de los estudios vinculados con esa actividad, sino con una experiencia comprobada y probada. La eficiencia en el uso del capital, en la dimensión de los costos de estructura, en la duración de la ejecución de las distintas funciones, en el logro de los objetivos en calidad y temporalidad adecuadas, en el control de gestión, en el uso de premios y castigos a través de una adecuada evaluación de los recursos humanos y la medición de los mismos según los objetivos que se vayan logrando luego de haberse acordado oportunamente los mismos, no son aspectos que pueden improvisarse, o aprenderse si no se los ha vivido primeramente en la teoría reflexiva y profunda de estudios superiores, y luego en la práctica concreta a través de años de ejercicio perseverante de tareas de administración.
La actividad privada le lleva años de ventaja a la función pública, en ese aspecto. Hay una clara conciencia sobre la necesidad que la conducción de la administración reúna gente que tenga dos requisitos fundamentales: i. conocimiento probado de lo que hay que hacer, cómo hay que hacerlo, cuándo hay que hacerlo y por qué hay que hacerlo; ii. características humanas y de personalidad, tal que esté asegurado en la ejecución de la tarea, persistencia, continuidad, intensidad en el esfuerzo; superación de dificultades; y logros de los objetivos.
La actividad en entes públicos no muestra los mismos resultados: no hay una clara conciencia de la importancia que tiene en el logro de los objetivos, las características humanas y de personalidad, y concomitantemente, los conocimientos probados en materia de administración de entes. La eficiencia en el manejo de los recursos, en alcanzar resultados satisfaciendo objetivos de calidad y oportunidad, en rendir cuentas acorde a los resultados, en que haya alguien con autoridad y conocimientos para medir dichos resultados producidos, no es algo que se aprecie concretamente y que en el manejo de la cosa pública merezca referencias claras para señalar satisfacción cuando se logran altos resultados o desaprobación cuando los resultados son pobres.
En la actividad privada, el logro de los objetivos es fundamental, pero también, existe consenso que el responsable del logro de los objetivos tendrá autoridad y responsabilidad de definir cómo gestionar los recursos y cómo dimensionarlos. Nadie lo obligará a sobredimensionar los recursos humanos, ni tampoco a privarse de un grupo de trabajo en cantidad y calidad requerida. Es su responsabilidad. Y es el acuerdo implícito para ser garante de los resultados. Pero también es fundamental la rendición de cuentas, y las consecuencias que se extraigan de dicha rendición de cuentas.
En el manejo de la cosa pública, es necesario adaptarse a los criterios de eficiencia que la actividad privada ha adoptado, en un contexto de ética y legalidad. Se tiene que privilegiar al que sabe, al que ha demostrado fácticamente que ha tenido éxito; el que trabaja sin claudicaciones; que tiene convicción en alcanzar objetivos superadores; pero que toma decisiones en un contexto de ética y legalidad. Al igual que en la actividad privada, la continuidad de los responsables de la administración estará condicionada al cumplimiento de los objetivos de gestión.
En la actividad privada, la capacitación permanente es un objetivo vital. Es necesario que en la actividad pública se busque también una mejora en la calidad técnica, a través de una capacitación permanente y adecuadamente direccionada.
Miguel A. Di Ranni