El día jueves 23 de mayo de 2019, se publicó una carta que un lector del diario Clarín, José Lenczner escribió oportunamente.
La misma dice:
"Tengo muchos familiares residiendo fuera del país. Cada vez que salgo de la Argentina y viajo al extranjero de visita, recibo la misma pregunta: "¿qué les pasa a los argentinos? ¿Cómo pueden estar tan mal?" Y tengo mi respuesta codificada y apelo a frases célebres. La primera es del economista Paul Samuelson: "Hay cuatro tipo de países, los desarrollados, los no desarrollados, Japón que con nada hizo todo, y la Argentina, que con todo no hizo nada". En segundo lugar apelo al ensayista español Ortega y Gasset, quien dijo: "Lo que le pasa a los argentinos, es que no saben lo que les pasa". Quizás la mejor explicación sería la de George Orwell, periodista inglés: "Un pueblo que vota corruptos y ladrones no es víctima, es cómplice". Son tres citas geniales que nos definen como país. Nos faltaría la de Mariano Moreno: "Ay Patria mía". Pese a todas mis respuestas, mis familiares siguen sin entendernos, y lo peor es que me hacen sentir culpable."
Adicionalmente a lo que señala claramente el mencionado lector y autor de la carta, me queda para agregar que los ciudadanos tenemos una magnífica oportunidad de reflexionar si seguimos siendo parte del problema o queremos formar parte de la solución.
En la actividad privada y también pública, los que administramos alguna vez una organización, sabemos que siempre la ejecución de las tareas y las decisiones que debemos implementar tienen que ser tomadas en un contexto que guarde absoluto respeto de la institucionalidad, de la constitucionalidad, de la legalidad, de la ética y de la moral. Adicionalmente debemos dejar que la administración recaiga en aquellos que saben lo que tienen que hacer, porque tienen experiencia comprobada sobre cómo se administran los recursos para llevar adelante una gestión en el contexto señalado.
No podemos estar a cargo de la administración de los recursos de índole financiera, si no prestamos muchísima atención al equilibrio que debe existir entre los ingresos financieros fruto de la recaudación tributaria, y los destinos de dichos recursos, es decir, todos los egresos financieros que demande el funcionamiento del Estado. El presupuesto de nuestro país descuidó ese mandato de buen administrador en los últimos 70 años que va desde 1945 hasta 2015.
Hoy en día estamos casi en la puerta de lograr un presupuesto financiero sin déficit primario, y debemos completar dicho objetivo, luego del cómputo de los intereses de la deuda vigente. Ello eliminará, de persistirse con dicho equilibrio, todos los años, las crisis recurrentes que nacen de resultas de necesidades de financiamiento operativo, de la necesidad de emitir moneda, o de subir la presión fiscal que atenta contra el funcionamiento saludable de la actividad privada.
El logro del equilibrio fiscal, es el primer paso, junto con la reducción significativa de la inflación, de la volatilidad cambiaria, de la presión fiscal y de otros costos a cargo del Estado que hay que depurar, como para poder recorrer un sendero que hace 70 años que nos olvidamos que existe.
Los ciudadanos tenemos la palabra. Hemos hecho un gran esfuerzo que no debemos desaprovechar. Volvamos a estar junto con los países de primer orden.
Miguel Angel Di Ranni
25.05.2019