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Los conceptos básicos de la economía no pueden ignorarse.

Los administradores profesionales de empresas u organizaciones privadas, en general, tienen más herramientas conceptuales que los funcionarios políticos que han participado en el manejo de la cosa pública en las municipalidades, provincias o en la nación, sin haber tenido experiencia laboral en las organizaciones privadas ni estudios en ciencias económicas a nivel universitario.
Los administradores que han tenido experiencia concreta como tomadores de decisiones en las organizaciones privadas, reúnen una experiencia muy clara en el manejo político, es decir, alcanzar los objetivos que se plantean, confrontando muchas veces con visiones diferentes, en un contexto de incertidumbre, y con muchos factores de riesgo a evaluar y a solucionar. La habilidad política se manifiesta y es exitosa, cuando no obstante todas las dificultades, se logran los objetivos solicitados a los directivos, pero preservando las relaciones de trabajo y de negocios  de todos los que intervinieron en dicho proceso de cumplimiento de los objetivos, adhiriendo o confrontando en dicha tarea. Adicionalmente, dichos administradores tienen la consigna que dichos objetivos deben alcanzarse dentro del contexto de legalidad, de ética y de moral y aplicando las mejores prácticas de administración, en las funciones de abastecimiento, producción, comercialización, finanzas y relaciones laborales, empleando, de una manera muy eficiente,  los recursos que le han sido asignados . Esta descripción es la más extendida, en un universo de miles y miles de organizaciones,  no obstante que se han verificado casos puntuales de mala praxis o de corrupción, puestos en evidencia por las auditorías permanentes que las organizaciones privadas solicitan regularmente.
Los políticos que han estado siempre participando en el manejo de la cosa pública reúnen experiencia suficiente en el manejo político para alcanzar los objetivos, aunque en muchos casos, dichos objetivos, no son los únicos que exclusivamente primaron, es decir, mejorar la situación en que viven los ciudadanos que le han conferido un poder transitorio, sino que hay otros objetivos como los ideológicos, o los personales, que adquieren, a veces, una clara preeminencia sobre los primeros. También suele no existir preocupación por el mantenimiento saludable de las relaciones con la oposición, fundamentalmente por un desajuste en la concepción o en los límites de la forma en que se ejercita el poder. Muchas veces, también, no existe una férrea convicción en que las decisiones a tomar, como consecuencia de su cargo, deben respetar la Constitución, las leyes, los principios éticos y morales. Finalmente, y esto es lo más generalizado, no se tiene un concepto adecuado sobre qué es administrar los recursos que le llegan fundamentalmente del aporte de los contribuyentes a través de los impuestos. Dichos recursos deben ser usados con eficiencia, en cualquiera de las funciones que se estén desarrollando en la actividad pública, para lo cual es muy importante en que se incurran en costos, pero estrictamente los necesarios que le permitan cumplir los objetivos, de servir a todas las personas que  han delegado,  transitoriamente,  el poder. La consigna para el administrador de la cosa pública debiera ser que los empleados que participan en cada oficina pública, tienen que ser los suficientes como para que puedan trabajar con conocimiento de lo que tienen que hacer, y resolviendo problemas en el más breve lapso posible.
La idea es que los que prestan funciones en la cosa pública, deben manejar la administración de manera muy eficiente, de tal manera que pueda originarse año a año un superávit financiero que permita ir incorporando cada vez a mayor gente como beneficiarios de la actividad del Estado, a través de mejores prestaciones sanitarias, de educación pública, de seguridad, de salud, de mantenimiento de los bienes públicos, y para pagar intereses y capital de los préstamos que se vayan tomando para la ejecución de obras de infraestructura y otras inversiones necesarias. Esto significa que al que administra la cosa pública no le puede resultar indiferente, si sabe que con 80 personas se puede administrar una determinada repartición con eficiencia, y acepte pasivamente 120 personas, que no se han capacitado, y que han sido incorporados por un mal entendido compromiso político. Dicho responsable debe bregar, al igual que se hace en la actividad privada, en tener como dotación estrictamente los necesarios para que la función se cumpla de acuerdo a las mejores prácticas. El mismo responsable, no le puede resultar indiferente, que el  nivel de eficiencia con el cual cada persona esté trabajando sea muy bajo, porque ello afecta a  las personas o usuarios que están esperando que se concluya dicha tarea de la repartición a la que acudieron. La ineficiencia de la forma en que trabaja una oficina pública, se transfiere a una eficiencia disminuida de los usuarios que fueron a realizar una gestión en dicha oficina,  y así sucesivamente.
El cambio para los administradores de la cosa pública se logra con capacitación ad hoc, y especialmente con involucramiento personal, en la ejecución  y control,  en los detalles del día a día, sobre los temas importantes y los temas urgentes. Cuidar los recursos financieros, por parte de los administradores de la cosa pública,  para que dicha administración sea eficiente, y haya un superávit financiero, es pensar que dicha actitud va a permitir que directa o indirectamente, haya nuevos emprendimientos e inversiones en obra pública, que redundará, sin dudas, en la creación genuina de puestos de trabajo.
No nos podemos engañar a nosotros mismos, aceptando 120 personas, si sabemos que con 80  personas y adecuadamente capacitadas, se puede hacer eficiente el funcionamiento de una determinada oficina pública. Esto no quiere decir que el Estado permanezca indiferente por la suerte de las 40 personas realmente desempleadas y que se pretendió enmascarar como empleadas. Para ello, deben implementarse planes de asistencia al desempleado, y de capacitación, para contribuir a que dichas personas puedan lograr auténticamente incorporarse a la actividad pública o privada. Lo importante es que al utilizarse en forma eficiente los ingresos tributarios, y el endeudamiento que se puede, adicionalmente lograr, en función de la magnitud de dichos ingresos, el Estado va a estar en condiciones de crear más fuentes de trabajo, genuinas.
La eficiencia en el manejo de los recursos, incurriendo en costos eficientes, es la mejor garantía para que pueda incrementarse el presupuesto educativo, y la calidad del aprendizaje, lo cual permitirá mejores opciones para la cobertura de los puestos que se vayan creando.
Estos conceptos económicos básicos que se han tratado en este trabajo, hoy ya no se discuten cualquiera sea la forma y filosofía política  que cada país elija  para su gobierno. La búsqueda de la eficiencia, en forma permanente, permite a todas las naciones, un crecimiento sistemático, que, en definitiva, asegura la creación de empleo. Los países del primer mundo, han alcanzado ese nivel porque han comprendido rápidamente, en la administración privada y pública,  que los recursos, al ser escasos, deben administrarse eficientemente, y ello provocará que se puedan atender crecientemente  las necesidades de mayor cantidad de gente. Los recursos escasos si son ahogados por una administración desaprensiva, que ignora los principios elementales de la economía, generan estancamiento en el crecimiento genuino de los puestos de trabajo a través del tiempo.
Miguel A. Di Ranni
28.01.2016

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