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¿QUÉ ES HACER POLÍTICA?

Hacer política no es un paradigma que debe permanecer inmutable en el tiempo, en cuanto a la visión práctica de como se ejercita dicha acción.

Esto es especialmente importante en Argentina, en que durante muchos años parece que hacer política también es aceptar la tolerancia a la degradación de ciertos valores.
Mi visión es que existe un contexto en el cual todos debemos estar de acuerdo: la constitucionalidad, la república, la democracia, la no corrupción, en respetar el “deber ser”, en cuanto a la mejor manera de hacer las cosas.

Por tanto, es importante que no tomemos el “hacer política” como una forma de actuar inmutable en el tiempo. Porque los resultados prácticos de los que han hecho política en los últimos 70  años, parece no muy recomendable como conducta a solicitar a los que han agarrado una brasa caliente dejada por los que son expertos en hacer política.
 
Hoy todos tenemos claro que un “deber ser” preciso, inobjetable, es adoptar como conducta para administrar el Estado, en los próximos 1000 años, que no haya un presupuesto con resultado final deficitario. La actividad privada, a la cual he consagrado mi actividad, dicho paradigma es un valor innegociable para el que se tilda de ser buen administrador. No es posible que se crea que el Estado debe funcionar aceptándose que tenga un déficit permanente. La preocupación de que ello no ocurra, debe ser de todo ciudadano. Nadie debería plantear una sugerencia de agrandar los costos del Estado, sin proponer la reducción de otro costo. Ello antes de pensar en acrecentar los ingresos del Estado vía incremento de impuestos a la actividad privada. La presión fiscal que se está ejerciendo sobre los contribuyentes que están aportando el grueso de la recaudación tributaria, tiene que tener un límite, que debe ser tenido en cuenta también por todos los ciudadanos. Porque en la actividad privada está la llave de la reinversión de la ganancia, del incremento de la inversión, y por derivación, de la creación de empleo.
 
Muchas personas, muchos políticos, muchos periodistas tendrían, como ejercicio habitual, que pensar siempre que antes de sugerir que ciertos costos  deberían ser absorbibles por el Estado,  también deberían tener el hábito de profundizar un poco cuál es la responsabilidad de cada persona en cómo maneja los gastos que componen las erogaciones familiares. Dejemos de lado, a los usuarios en una cantidad de 3,5 millones, a quienes se les concedió válidamente el beneficio de una tarifa social, pero para el resto de los consumidores de las tarifas de energía,a quienes durante 12 años se les concedió prácticamente la gratuidad de su uso, de tal manera que en 2003, dichos costos tomaban aproximadamente entre un 10 a un 12 por ciento del ingreso familiar, y doce años despué, en el 2015, dicho costo representaba entre un 0,6 a 0,8% del ingreso familiar. En dicho lapso hubo un 1000 por ciento de inflación. Gracias a la política de gratuidad de las tarifas de energía, Argentina se quedó sin autoabastecimiento de la misma, se llegó a la importación.

El actual gobierno intenta recuperar el hábito que los consumidores de gas y electricidad, paguen por lo que consumen. Los consumidores deberían reestructurar sus gastos en que incurrieron en los 12 años de gratuidad energética, y darles prioridad, otra vez como en 2003,  a atender los gastos imprescindibles antes de aquellos que son más prescindibles.
 
El Estado está para atender urgencias excepcionales de los individuos, pero no para incrementar subsidios que luego se transforman en erogaciones permanentes. No deberíamos aceptar que ciertas liberalidades se resuelvan con carácter general, como las 3,5 millones de jubilaciones que se reconocieron en la gestión anterior, sin haber cumplimentado una gran parte de  los 30 años de aportes como es la norma general. La política vio con simpatía esa decisión por cuanto los beneficiarios podrían computarse como votantes potenciales, pero convengamos que dentro de la concepción del “deber ser”, como administrador de un Estado, esa decisión incorrecta va a originar durante decenas de años, una sobrecarga inequitativa en el grueso de los contribuyentes que aportan tributariamente y previsionalmente.
 
En síntesis, sería útil que todos comencemos a reevaluar al paradigma “hacer política”. Y la manera de hacerlo es que públicamente, todos los que somos dueños responsables del Estado, razonemos en voz alta, frente a los interlocutores, que no debemos ser tan permeables a que el Estado debe hacerse cargo  de tal o cual erogación. Pero aun así, siempre sugerir, paralelamente, que otro gasto se baja del presupuesto, para permitir la entrada de la nueva erogación.

Miguel Angel Di Ranni
10.10.2018

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