Durante 40
años he estado trabajando en empresas de primera línea, en responsabilidades en
finanzas, administración, gestión y planeamiento. Un promedio de 12 horas por
día. Siempre he creído , y hoy más que nunca, que quienes han estado en empresas,
viendo las realidades todos los días, y superado crisis locales e importadas,
son los que mejor califican para administrar los recursos del Estado. Hoy estoy
mucho más tranquilo, por ese motivo, que la administración del Estado esté a cargo de un
grupo de personas que tienen la experiencia que comento por este medio. No importa que no
tengan experiencia política, porque están más ocupados en hacer, y mucho más en
rehacer, las cosas que durante muchos años, mucho más que los doce últimos
años, no se hicieron.
No importa
que no haya experiencia política, dado que la política es una actividad de un
grupo reunido por una ideología común, a los fines de la toma de decisiones para
producir determinados resultados. Muchos de los que se han dedicado a la
política, no han participado en ninguna empresa u organización, para entender
bien los fundamentos de lo que es administrar recursos, e hicieron, de dicha
actividad un fin en si mismo, y como medio de vida, por lo cual, a partir de esa
tarea exclusiva, de hacer política, y no tener normalmente ninguna experiencia
en otra cosa, que hacer política, se aferraron a la necesidad de tener que
continuar haciendo política, como medio de vida, y estuvieron más propensos a
buscar el bien propio, que tratar de lograr el bien común. Si la actividad de un
político, aun con el defecto original de no haber tenido experiencia concreta
administrando recursos, se mantiene en un contexto de respeto constitucional,
legal, ético y moral, el resultado, en el peor de los casos, puede ser mala
praxis, lo cual origina daños, pero limitados. También ha habido ejemplos de
políticos, sin experiencia previa en la administración de recursos, pero
dispuestos a vulnerar los límites constitucionales, legales, éticos y morales.
En estos casos, el daño que se origina al país, puede ser devastador.
De lo que se
trata ahora es que todos los que queremos genuinamente a nuestro país pongamos
el acento en la institucionalidad, legalidad y buena praxis. Para ello debemos
cambiar los paradigmas, pero lo debemos hacer explícito. Debemos cuidar los
recursos del Estado, pero diciendo en voz alta, como comentó Ricardo Arriazu, en
la página 45 de Clarín del domingo 19 de marzo de 2017, cuando explicaba las
razones del fracaso de Argentina, y que según su opinión, había seis razones que
se destacan y que pocos gobiernos han intentado solucionar. Escribió, detallando
la primera, que “en la mayoría de los países la relación entre el gobierno y
los ciudadanos se basa en un contrato social no escrito que específica
que me das y qué te doy mientras que en nuestro país –como
correctamente lo identificó Roberto Cortés Conde- parece basarse exclusivamente
en el qué me das. Las crecientes protestas sociales, a
pesar del constante crecimiento del gasto público social, parecen
confirmarlo”.
¿Se puede
eliminar el déficit fiscal si el sector educativo dice qué me das y no quieren
comprometerse a mejorar la calidad educativa, a ser evaluados los alumnos y los
docentes, a mejorar la productividad y a bajar las ausencias y licencias
crónicas? ¿Se puede eliminar el déficit fiscal si no se reducen en un plan
concertado los ingresos por altas de nuevos empleados, y no hay un compromiso de mejora de
productividad, de capacitación y de ausencias? ¿Se puede eliminar el déficit
fiscal si más allá de los 3.5 millones de usuarios a quienes se les otorgó la
tarifa social, hay usuarios de clase media o dueños de pequeñas empresas que
incrementaron sus ingresos en los últimos doce años en un porcentaje muy
superior al incremento tarifario de gas y luz (que intentó poner en vigencia, sin éxito, el Estado), pero que ahora dicen que las tarifas
no pueden ser pagadas por no disponer de recursos?.
Es el momento
en que todos nos identifiquemos que todos somos el Estado, que está bien que se
aumenten los sueldos pero dentro de las premisas del presupuesto nacional, que
no nos puede dar lo mismo que se pretenda algo que excede el presupuesto, y no
nos preocupemos de saber qué se puede hacer para que ello no origine un
incremento del déficit fiscal.
Las crisis
recurrentes en Argentina se han producido porque todos están ocupados en
que me das. El déficit del Estado terminó creciendo. El déficit financiado con
deuda no pudo mantenerse. La emisión monetaria pretendió reemplazarlo. Se lleva adelante una devaluación habitual en la historia. Se produce otra vez una crisis....
El nuevo
paradigma de la administración del Estado, es tener un equilibrio presupuestario
nivelando los ingresos tributarios, con los costos originados por el
cumplimiento de las funciones del Estado, más el pago de intereses por el
endeudamiento existente, más las amortizaciones de deudas de largo plazo que
vencen en el período presupuestario. Tener un plan de inversiones de obras
públicas, financiadas con deuda a largo plazo, necesarias para proveer de
eficiencia adicional a la que puedan lograr las empresas privadas puertas
adentro. Ello originará que las empresas tengan mejor competitividad, podrán
exportar más, se originarán más puestos de trabajo, y mejor recaudación
tributaria. Ello hace que se comience un círculo virtuoso cuya premisa
fundamental es mantener un equilibrio fiscal.
Expliquemos
todos que el Estado somos nosotros. Que a nosotros nos debe preocupar qué
podemos obtener del Estado, pero también nos debe preocupar qué podemos dar al
Estado, Si queremos que el Estado tenga más gastos tenemos que identificar qué
otros gastos vamos a cortar en el mismo lapso, o qué ingresos tributarios se van
a lograr en el mismo lapso. Ello es garantía de un presupuesto fiscal
equilibrado, de crecimiento, de mayor ocupación, de menor pobreza.
No dejemos que el Estado tenga que mantener subsidios porque no queremos reestructurar nuestros gastos familiares, que aumentaron en razón de tarifas pesificadas en los últimos 12 años, pero que ahora debemos darle prioridad, como antes, a pagar nosotros nuestros consumo de gas y electricidad y postergar cosas más prescindibles en nuestra estructura de consumo.
Hay un paradigma nuevo. Nosotros somos el Estado. Debemos cuidar los ingresos tributarios atendiendo con ellos los costos de las funciones del Estado. Pero tenemos que cuidar que dicho presupuesto sea superavitario, o, en un extremo, en equilibrio, por lo cual no aceptemos que se tengan que incluir erogaciones innecesarias. Debemos tener la conciencia de mejorar la productividad y eficiencia de todos los costos computables en el presupuesto nacional. El endeudamiento de largo plazo para hacer la obra pública, tiene que ser direccionado a la mejora de la eficiencia de la actividad privada, para que esta última pueda exportar por mayor volumen y mejor precio. Eso producirá una mayor actividad permanente, y se crearán puestos de trabajo con mayor calificación.
Cuando en el exterior se observe una estabilidad normativa, y fiscal, un presupuesto anual recurrentemente superavitario, que alcance para atender el pago de los intereses del endeudamiento del Estado y de las amortizaciones de las deudas corrientes de dicho endeudamiento de largo plazo, que se aumentan los volúmenes de exportación por la mejora en la competitividad, un crecimiento anual permanente sin volatilidad, sin inflación, comenzarán a invertir muchos mayores recursos financieros en Argentina, por el menor riesgo país observado.
Miguel Angel Di Ranni
25.03.2017