No quiero dejar que concluya el mes de agosto de 2013 sin hacer una referencia a don José de San Martín, quien el 17 de este mes ha cumplido 167 años desde que nos ha dejado físicamente , pero que sigue alumbrándonos como faro de nuestra patria a través de sus virtudes y un perfil intachable.
Miguel Ángel De Marco (1) en la Revista Ñ del 24 de agosto de 2013, página 19 nos dice que “San Martín está en el bronce por lo que hizo sobreponiéndose a sus humanas falencias y debilidades; no por haber carecido de ellas. Fue un hombre coherente con sus ideas, en una época en que se anteponían los intereses personales y de partido, y se animó a desechar ofertas y honores con el fin de ser fiel a su promesa de no desenvainar jamás su espada para intervenir en peleas fratricidas. Hacerlo le parecía desbaratar el inmenso esfuerzo que había encabezado para constituir un ejército sobre la base de los sacrificios del pueblo cuyano que gobernó. Antepuso el bien común a cualquier sentimiento mezquino y fue absolutamente desinteresado y austero, tanto en su existencia personal como en la vida pública. Quiso una auténtica unión para vencer a los enemigos exteriores”.
“Su norma fue servir y no ser servido, exigir sacrificios luego de practicarlos; crear instituciones con el firme propósito de sostenerlas y respetarlas; promover la educación y la cultura para edificar moralmente a las naciones que libertaba”.
“Rechazó premios y prebendas, descartó con horror cualquier insinuación de tocar un solo peso del erario, y no vaciló en ganarse enemigos para ser fiel a su idea de que el mando no era para llenar las alforjas sino para afianzar la emancipación de su tierra natal y de los pueblos que finalmente alcanzaron la independencia gracias a su entrega y perseverancia”.
“San Martín superó las dolencias que lo aquejaban para afrontar una de las empresas más notables de la historia, como fue la preparación del Ejército de los Andes y el cruce de lo que llamó “las montañas más altas del globo”. Enfermo triunfó en Chacabuco, sufrió la derrota de Cancha Rayada y presidió la victoria de Maipú; abatido por los vómitos de sangre y por intensos dolores, tuvo la presencia de ánimo de conjugar los esfuerzos argentino-chilenos para dar libertad al Perú”.
“Cuando asumió el Protectorado pudo ejercer el mando a capricho, pero se sometió a la ley como primer ciudadano. Cuando el 4 de agosto de 1821, dejó establecida la Alta Corte de Justicia, dictó un Reglamento de los Tribunales en el que expresó con categórica convicción: *La imparcial administración de justicia es el cumplimiento de los principales pactos que los hombres forman al entrar en sociedad. Ella es la vida del cuerpo político, que desfallece apenas asume el síntoma de alguna pasión, y queda exánime luego que, en vez de aplicar los jueces la ley, y de hablar como sacerdotes de ella, la invocan para prostituir impunemente su carácter. El que la dicta y el que la ejecuta pueden ciertamente hacer grandes abusos, mas ninguno de los tres poderes que presiden la organización social es capaz de causar el número de miserias con que los encargados de la autoridad judicial afligen a los pueblos cuando frustran el objeto de su institución*”.
“Y en el Estatuto Provisional del 8 de octubre acentuó su preocupación por la autonomía de la justicia. Expresó que si bien se había hecho cargo provisionalmente de las funciones ejecutivas y legislativas, se abstendría de mezclarse *jamás en el solemne ejercicio de las funciones judiciales porque su independencia es la única y verdadera salvaguardia de la libertad del pueblo; y nada importa que se ostenten máximas exquisitamente filantrópicas, cuando el que hace la ley o el que la ejecuta, es también el que la aplica*”.
“Vivió largos años fuera de la patria sin olvidarla un instante, y fue el gran mentor de la educación de su hija a la que dedicó máximas que en ocasiones son repetidas en distintos ámbitos automáticamente sin internalizar su verdadero sentido: *humanizar el carácter y hacerlo sensible aun con los insectos que nos perjudican […], inspirarla amor a la verdad y odio a la mentira, estimular la caridad con los pobres, respeto a la propiedad ajena, acostumbrarla a guardar un secreto, inspirarla sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones, dulzura con los criados, pobres y viejos, que hable poco y lo preciso, acostumbrarla a estar formal en la mesa, amor al aseo y desprecio al lujo, inspirarla amor por la patria y por la libertad*”.
“La trayectoria de San Martín interpela a los argentinos de hoy. Más que el goce de un fin de semana largo mediante el corrimiento del feriado para evocarlo; más que las generalmente descoloridas evocaciones que marca el calendario escolar, debe ser un acicate a imitarlo. Fue un hombre de su tiempo, no del nuestro; vivió experiencias completamente diversas a las que nos alegran, entristecen o aquejan, pero en lo sustancial, los valores por los que combatió permanecen vigentes, y es hora de que gobernantes y gobernados contemplen con la mente y el corazón no la estatua sin vida del prócer sino su ejemplo”.
(1) Su último libro es “San Martín” (Editorial Planeta).
Miguel Angel Di Ranni
30.08.2013