Es muy útil la expresión verbal cuando el ser humano mantiene en su conducta una ética mínima que no haya sido perforada por la mentira permanente, toda vez que se quiera conocer el pensamiento de un ser humano.
Cuando la mentira dicha por una persona ha vencido a la ética que sostiene, es imprescindible interpretar a la misma exclusivamente por lo que revelan sus actos concretos, en otros términos, la exteriorización de su conducta.
Siempre he pensado que la gracia de Dios al proveer al ser humano de la virtud del raciocinio es tal que la persona debe decir la verdad para informar al interlocutor de lo que piensa, aunque dicha revelación conspire o sea negativa para sí misma. Es como mantener la fidelidad a un código de conducta que nos permita recurrir a la palabra como expresión que sintetiza el pensamiento.
También he pensado que podrían existir personas que sistemáticamente hicieran uso de la mentira, para disimular sus pensamientos, y mi conclusión fue que en dichos casos nos debemos manejar por la observación de su conducta, a los fines de interpretar lo que piensan y así predecir lo esperable de dicha persona.
No es fácil para el observador de buena fe llegar a desatender el lenguaje oral de un interlocutor, porque siempre el ser humano intenta aferrarse a la esperanza que lo que comunica la persona sea la verdad, aunque comiencen a producirse comportamientos concretos que contradicen manifiestamente la información revelada verbalmente.
Es claro que cuando existen una acumulación de pruebas fácticas que contradicen lo que se expresa verbalmente, es muy difícil esperar un cambio de comportamiento genuino, por más que la persona en cuestión alineara la mentira con la exteriorizacióln de su comportamiento, el cual también se falsea transitoriamente, esperando oportunidades mejores para retornar a su íntima convicción.
Es que este divorcio entre la palabra y el comportamiento real de una persona, cuando es recurrente, está revelando un desajuste que es imposible de subsanar en el corto plazo. La persona que lo padece comienza a mostrar síntomas de mejoría cuando comienza a respetar al interlocutor genuinamente, cuando se interesa auténticamente por él, cuando su comportamiento es la consecuencia del respeto a la ley, a la moral, a la ética. En ese contexto la mentira no tiene lugar porque lo que se está haciendo bajo esas premisas es aceptado por la comunidad toda que fijó un sistema de valores que no se está contrariando.
¿Cómo se hace para que en una sociedad existan tan sólo contados casos de personas que expresen verbalmente exactamente lo contrario de lo que hacen?
Que dicha sociedad no acepte que el fin justifica los medios. Que dicha sociedad observe que cuando se tomen decisiones, las mismas están alineadas con las normas legales, los valores morales y los principios éticos. Que dicha sociedad no ignore, no disimule, y no perdone, la comisión de delitos, la inmoralidad, las faltas de ética, valores que la misma sociedad ha determinado y que debe considerar como una falta grave de consideración hacia ella misma si cualquier miembro de ella, sea cual fuere el rol que desempeñe, los quebrantare.
Miguel Angel Di Ranni
30.09.2012
Siempre he pensado que la gracia de Dios al proveer al ser humano de la virtud del raciocinio es tal que la persona debe decir la verdad para informar al interlocutor de lo que piensa, aunque dicha revelación conspire o sea negativa para sí misma. Es como mantener la fidelidad a un código de conducta que nos permita recurrir a la palabra como expresión que sintetiza el pensamiento.
También he pensado que podrían existir personas que sistemáticamente hicieran uso de la mentira, para disimular sus pensamientos, y mi conclusión fue que en dichos casos nos debemos manejar por la observación de su conducta, a los fines de interpretar lo que piensan y así predecir lo esperable de dicha persona.
No es fácil para el observador de buena fe llegar a desatender el lenguaje oral de un interlocutor, porque siempre el ser humano intenta aferrarse a la esperanza que lo que comunica la persona sea la verdad, aunque comiencen a producirse comportamientos concretos que contradicen manifiestamente la información revelada verbalmente.
Es claro que cuando existen una acumulación de pruebas fácticas que contradicen lo que se expresa verbalmente, es muy difícil esperar un cambio de comportamiento genuino, por más que la persona en cuestión alineara la mentira con la exteriorizacióln de su comportamiento, el cual también se falsea transitoriamente, esperando oportunidades mejores para retornar a su íntima convicción.
Es que este divorcio entre la palabra y el comportamiento real de una persona, cuando es recurrente, está revelando un desajuste que es imposible de subsanar en el corto plazo. La persona que lo padece comienza a mostrar síntomas de mejoría cuando comienza a respetar al interlocutor genuinamente, cuando se interesa auténticamente por él, cuando su comportamiento es la consecuencia del respeto a la ley, a la moral, a la ética. En ese contexto la mentira no tiene lugar porque lo que se está haciendo bajo esas premisas es aceptado por la comunidad toda que fijó un sistema de valores que no se está contrariando.
¿Cómo se hace para que en una sociedad existan tan sólo contados casos de personas que expresen verbalmente exactamente lo contrario de lo que hacen?
Que dicha sociedad no acepte que el fin justifica los medios. Que dicha sociedad observe que cuando se tomen decisiones, las mismas están alineadas con las normas legales, los valores morales y los principios éticos. Que dicha sociedad no ignore, no disimule, y no perdone, la comisión de delitos, la inmoralidad, las faltas de ética, valores que la misma sociedad ha determinado y que debe considerar como una falta grave de consideración hacia ella misma si cualquier miembro de ella, sea cual fuere el rol que desempeñe, los quebrantare.
Miguel Angel Di Ranni
30.09.2012